lunes, 16 de julio de 2007

La engañada

Recuerdo cuando nos conocimos. Entraste al lugar y me miraste. Me escogiste de entre las demás y me llevaste a tu casa. Sin embargo esa noche no hiciste nada, no me miraste siquiera. Tenías que salir, creo que dijiste, y yo me quedé sola esperándote. Pasaron varias horas. No hacía frío, sin embargo mi corazón estaba helado de sólo pensar en la posibilidad de tu rechazo. Pero yo guardaba la esperanza de verte de nuevo, de conquistarte, de besar tus labios.

Escuché ruidos afuera. Entonces abriste la puerta sudoroso y con los ojos desorbitados buscándome. Después de pasear la mirada sobre todo lo que había en el lugar, tus ojos se posaron en mí y me miraron lujuriosos mientras una malévola sonrisa se dibujó en tu rostro. Te acercaste a mí bruscamente y me tomaste del cuello. No te importo que estuviera mojada, de todos modos tú querías que hacerlo así. Te me quedaste viendo con ojos de pasión mientras abrías el cajón…

Sacaste lentamente el instrumento que pretendías usar conmigo y lo pasaste frente a mí varias veces como para demostrarme que eras tú el que mandaba en la relación. Y yo lo acepté tácitamente pues no opuse resistencia alguna. Sacaste un par de vasos de la alacena y te dirigiste hacia mí.

Fue entonces cuando la emoción reprimida, el deseo incontrolable de estar contigo, la pasión añejada y las ganas de ser tuya me vencieron. Exploté cuando tus manos me tocaron logrando deshacer aquella barrera… Te mojé, sin querer, pero sin importarme, porque al contacto con tu piel mi respiración se tranquilizaba. Ya estaba tranquila aunque expectante. Fue en ese momento cuando me usaste, me vaciaste y me tomaste.

Mi piel temblaba al ver cómo tus labios se acercaban a mí y sentía como si explotaran miles de burbujas en la superficie con cada beso. No sé cuánto tiempo pasamos así pero fueron varios besos húmedos y prolongados. No podía creer que quisieras más, pero era cierto. Me volviste a tomar y me vaciaste una vez más.

Pero entonces la vi. No podía describir los celos tan grandes que sentí: era como fuego dentro de mí quemándome desde el corazón hasta el pensamiento; agua hirviendo recorriendo todo mi cuerpo; metal incandescente llenándome completamente quemando todo a su paso; y fue cuando entendí todo: el otro vaso era para ella. Para ti nunca seré algo más que tu Coca Cola.

1 comentario:

Bocas dijo...

¡Jajajaja! ¡Caí redondito! No me lo esperaba para nada... ¡Excelente!

Un abrazo Mai.
Jasón